PARA LA LIBERTAD- Miguel Hernandez
Para la libertad, sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado que retoño
porque aún tengo la vida.
EL SUDOR - Miguel Hernández
En el mar halla el agua su paraíso ansiado
y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje.
El sudor es un árbol desbordante y salado,
un voraz oleaje.
Llega desde la edad del mundo más remota
a ofrecer a la tierra su copa sacudida,
a sustentar la sed y la sal gota a gota,
a iluminar la vida.
Hijo del movimiento, primo del sol, hermano
de la lágrima, deja rodando por las eras,
del abril al octubre, del invierno al verano,
áureas enredaderas.
Cuando los campesinos van por la madrugada
a favor de la esteva removiendo el reposo,
se visten una blusa silenciosa y dorada
de sudor silencioso.
Vestidura de oro de los trabajadores,
adorno de las manos como de las pupilas.
Por la atmósfera esparce sus fecundos olores
una lluvia de axilas.
El sabor de la tierra se enriquece y madura:
caen los copos del llanto laborioso y oliente,
maná de los varones y de la agricultura,
bebida de mi frente.
Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos
en el ocio sin brazos, sin música, sin poros,
no usaréis la corona de los poros abiertos
ni el poder de los toros.
Viviréis maloliendo, moriréis apagados:
la encendida hermosura reside en los talones
de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados
como constelaciones.
Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:
que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,
con sus lentos diluvios, os hará transparentes,
venturosos, iguales.
EL TREN DE LOS HERIDOS - Miguel Hernández
Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.
Silencio.
Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.
Silencio.
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.
Silencio.
Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.
Silencio.
Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.
Silencio.
Ronco tren desmayado, enrojecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.
Silencio.
Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.
Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.
Silencio.
Detened ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.
Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento.
LAS MANOS - Miguel Hernandez
Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
saltan, y desembocan sobre la luz herida
a golpes, a zarpazos.
La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
hombres de mi simiente.
Ante la aurora veo surgir las manos puras
de los trabajadores terrestres y marinos,
como una primavera de alegres dentaduras,
de dedos matutinos.
Endurecidamente pobladas de sudores,
retumbantes las venas desde las uñas rotas,
constelan los espacios de andamios y clamores,
relámpagos y gotas.
Conducen herrerías, azadas y telares,
muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.
Estas sonoras manos oscuras y lucientes
las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.
Como si con los astros el polvo peleara,
como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con otras manos.
Feroces y reunidas en un bando sangriento
avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y avariento,
paisaje de asesinos.
No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.
Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.
Orgullo de puñales, arma de bombardeos
con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.
¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.
Las laboriosas manos de los trabajadores
caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.
LA GUERRA, MADRE- Miguel Hernandez
La guerra, madre: la guerra.
Mi casa sola y sin nadie.
Mi almohada sin aliento.
La guerra, madre: la guerra.
Mi almohada sin aliento.
La guerra, madre: la guerra.
La vida, madre: la vida.
La vida para matarse.
Mi corazón sin compaña.
La guerra, madre: la guerra.
Mi corazón sin compaña.
La guerra, madre: la guerra.
¿Quién mueve sus hondos pasos
En mi alma y en mi calle?
Cartas moribundas, muertas.
La guerra, madre: la guerra.
Cartas moribundas, muertas.
La guerra, madre: la guerra.
MENOS TU VIENTRE - Miguel Hernandez
Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado,
baldío, turbio.
Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro
menos tu vientre
claro y profundo.
CANCION ULTIMA - Miguel Hernandez
Pintada, no vacía
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Dejadme la esperanza.
BOCA - Miguel Hernandez
Boca que arrastra mi boca.
Boca que me has arrastrado
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos tremendos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles, ni los campos.
Cuánta boca ya enterrada,
sin boca, desenterramos
Bebo en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos
besos distantes y amargos.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua tres palabras,
tres fuegos has heredado
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.
UMBRIO POR LA PENA - Miguel Hernandez
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla
donde yo no me hallo, no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Pena con pena y pena desayuno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos, penas me oponen su corona,
cardos, pernas me azuzan sus leopardos
y no me dejas bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
circundada de penas y de cardos
cuánto penar para morirse uno.
NANAS DE LA CEBOLLA
La cebolla es escarcha cerrada y pobre:
escarcha de tus días y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha grande y redonda.
En la cuna del hambre mi niño estaba.
Con sangre de cebolla se amamantaba.
Pero tu sangre, escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena, resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo sobre la cuna.
Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso.
Alondra de mi casa, ríete mucho.
Es tu risa en los ojos la luz del mundo.
Ríete tanto que en el alma al oírte, bata el espacio.
Tu risa me hace libre, me pone alas.
Soledades me quita, cárcel me arranca.
Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea.
Es tu risa la espada más victoriosa.
Vencedor de las flores y las alondras.
Rival del sol. Porvenir de mis huesos y de mi amor.
La carne aleteante, súbito el párpado,
el vivir como nunca coloreado.
¡Cuánto jilguero se remonta, aletea desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño. Nunca despiertes.
Triste llevo la boca. Ríete siempre.
Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto, tan extendido,
que tu carne parece cielo cernido.
¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera!
Al octavo mes ríes con cinco azahares.
Con cinco diminutas ferocidades.
Con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes.
Frontera de los besos serán mañana,
cuando en la dentadura sientas un arma.
Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro.
Vuela niño en la doble luna del pecho.
Él, triste de cebolla. Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.
EL AMOR ASCENDÍA ENTRE NOSOTROS
El amor ascendía entre nosotros
Como la luna entre las dos palmeras que nunca se abrazaron.
El íntimo rumor de los dos cuerpos hacia el arrullo un oleaje trajo,
Pero la ronca voz fue atenazada. Fueron pétreos los labios.
El ansia de ceñir movió la carne,
Esclareció los huesos inflamados,
Pero los brazos al querer tenderse murieron en los brazos.
Pasó el amor, la luna, entre nosotros
Y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
Y se encuentran lejanos.
Miguel Hernández
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